En el número anterior de CALI CULTURAL conocimos que Don Antonio de Aguilar contrajo matrimonio forzado y estuvo a punto de ser asesinado por el hermano de Micaela de Oquendo, la lujuriosa dama que cambió su destino por este haberse engolosinado en sus requiebros, lo que hizo que al ver la muerte tan cerca como epílogo de su pasión, cosida su cara y espalda como colcha de retazos, escapara de la ciudad de Antioquia y terminara descargando sus bártulos en la hidalga ciudad de Nuestra Señora de la Consolación de Toro. Otra vida muy distinta le esperaba allí. Se hizo querer de todos los vecinos y a pocos años consiguió que lo nombraran Alcalde Ordinario y Regidor Perpetuo y hasta Alférez Real fue designado y para mayor mérito logró que el Santo Tribunal de la Inquisición de Cartagena le otorgara título de Alguacil Mayor del Santo Oficio en dicha ciudad. Al cabo de muchos años de feliz vida, aún su conciencia intranquila del pasado buscaba sosiego sin hallarlo… Hasta que un día cualquiera llegó a Toro proveniente de la provincia de Antioquia “en procuración de su visita”, el Obispo de Popayán “Su Señoría Ilustrísima el Señor Don Juan Gómez de Frías”, quien ya tenía noticia de los hechos; aprovechando la estadía del Prelado, Don Antonio de Aguilar en confesión amplió los pormenores y siendo más exacto le expresó: Su Señoría, tenga por cierto que a Doña Micaela “no la volví a ver ni antes ni después, ni conocerla ni antes ni después si era hombre o mujer”. El Obispo, luego de absolver sus pecados, ante tal revelación dada en el sagrado sacramento de la penitencia, le dijo a Aguilar: “lo dejo en su quieta y pacifica libertad y no tiene la obligación de vivir con dicha señora”. Así, el Pastor anuló el matrimonio impuesto y Don Antonio se llenó de alegría enterrando desde entonces sus cargos de conciencia que a diario lo atormentaban. Bendito sea el Obispo que logró sanar los funestos tiempos de varoniles amores de Aguilar con Micaela de Oquendo. Después de unos tantos años, por cuestiones de negocios el inquieto Don Antonio imprescindiblemente tuvo que trasladar su residencia a Cartago; estando avecindado en esta ciudad conoció en el sitio de San Jerónimo a una mozuela de baja clase, sensual, muy apasionada y graciosamente cariñosa: Gregoria de Morga Lizarazua, a quien según consta, natura había dotado con deliciosas prendas que la hacían irresistible. Como buen pecador el antioqueño este, que no perdona la ocasión y empata las delicias de la carne con sus sacras oraciones para no perder el cielo, no desperdició tamaña presa y según él mismo cuenta, tuvo con la lasciva Morga “un tropezón una vez no más”, el cual –si le creemos a Aguilar- fue suficiente para que de ese dichoso éxtasis copular, al cabo de la preñez resultante, naciera un niño que al llevarlo su madre a la pila de bautismo en la ciudad de Santana de los Caballeros de Anserma el 30 de junio de 1721, fue nombrado Antonio de Aguilar y Morga “y el cura de aquel lugar lo puso en el libro de la Iglesia por mi hijo”… pero “no puedo jurar si es mi hijo o de otro hombre que con frecuencia visitaba la casa”, lo que no era cuento, porque efectivamente la Morga no era ninguna santurrona y a su cama llevaba a cuanto hombre pusiera a volar sus hormonas. Esta situación llevó a Don Antonio de Aguilar a no reconocer nunca al hijo de la seductora, liviana y coqueta vecina del sitio de San Jerónimo; ni siquiera en el momento de su muerte, que aconteció en Cartago el 23 de enero de 1751, persistiendo hasta el último instante de vida, su gran duda que se llevó a la tumba El muchacho creció al lado de su madre, mujer humilde, de no muy aceptable condición en aquella época y pobreza suma. No fue poco el esfuerzo del hijo de Gregoria de Morga por salir adelante, lo que le permitió casarse con una señora de clase más alta que la suya, Juana Fernández de Contreras y Ortiz, de cuya unión hubo varios hijos que se criaron y otros que murieron pequeños. Y como la vida da tantas vueltas inesperadas como un trompo, vaya la que dio con uno de sus vástagos, que fue nada más ni nada menos que el Ilustrísimo Señor Doctor Don Francisco José de Aguilar y Contreras, cartagüeño, Doctorado en Derecho en la ciudad de Santa Fe de Bogotá en el Real Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario; Escribano de Cámara de la Real Audiencia de Santa Fe; Gobernador de la Provincia de Popayán; Secretario de la Alta Corte de Justicia; casado a inicios del Siglo XIX con la muy noble Doña María Cruz Gastelu y Zubimendi, hija del licenciado Don Francisco de Gastelu y de Doña Vicenta su mujer, ambos hidalgos guipuzcoanos de sangre y solar conocido. Entre sus hijos se cuentan el Doctor Don Andrés de Aguilar y Gastelu, Intendente de Cundinamarca, a quien el General Mosquera habiendo tumbado el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez y declarándose Supremo Director del Poder Ejecutivo, “sin fórmula alguna de juicio” lo hizo fusilar en la Plaza de los Mártires el 20 de junio de 1861, crimen que como bien lo expresó en alguna oportunidad el apreciado amigo e historiador Néstor Botero Goldsworthy, “la historia no ha podido disculparle”. Y su hermano Don Bernardo de Aguilar y Gastelu, nacido en Santa Fe; Colegial del Real Colegio Mayor de San Bartolomé, casado con Doña Mercedes Acevedo –de nobilísima familia-, padres del Presbítero Doctor Federico Cornelio de Aguilar Gastelu y Acevedo y de Doña Francisca de Aguilar Gastelu y Acevedo, la cual contrajo matrimonio con el Doctor Don Pedro Julio Dousdebes, médico, dando origen a muy distinguidas y principales familias bogotanas. El incierto y plebeyo origen, transformado por la mano misteriosa de Dios con el paso del tiempo, en nobleza… Así juega la vida sus cartas.