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El Petronio Álvarez 2012 rinde homenaje a las cantaoras del
Pacífico
Desde una esquina tropical de enormes pantanos de
África, en Nairobi, en una convención de la Organización de Naciones Unidas para
la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), con silla para casi 400
participantes, la directora general del comité, leía la lista oficial de
patrimonios culturales inmateriales que se tendrían en cuenta a partir de ese
2010 por parte del organismo intergubernamental.
Desde esa tarde de noviembre en la Unesco, las
músicas de marimba y los cantos tradicionales del Pacífico Sur de Colombia, se
sumaron al patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad.
La noticia caminó deprisa en ciertos círculos y
pronto se archivó. El planeta continuaba girando y la marimba seguía siendo un
xilófono artesanal hecho en madera de palma en forma de lengüeta y amplificado
por cilindros desiguales de bambú y los cantos tradicionales estrofas
desconocidas de mujeres desconocidas que viven a orillas de playas y ríos aun
más.
A pesar de todo, la declaratoria alcanzó para poner
en órbita, de nuevo en ciertos círculos, la cultura Pacífico. Hoy, el Festival
de Música del Pacífico Petronio Álvarez, en su decimosexta edición rinde tributo
a las cantaoras del pacifico. No al abstracto, ni a la armonía, ni a la génesis
o la cadencia musical, a las mujeres, al anonimato con piel que entona desde el
siglo XVII la cotidianidad y mística de sus regiones.
Los cantos
tradicionales viajaron en las entrañas de los descendientes de esclavos
africanos que llegaron aquí desde 1600. Sonidos que mezclan los romances
españoles con los lamentos negros que subsisten aún como pilar de la identidad
de las comunidades afro. La transmisión del conocimiento musical se ha dado por
generaciones de manera oral. Hasta la fecha no existe una formación forjada en
el rigor de la academia que confiera la sabiduría de la tradición. Siempre de
boca en boca. Culturas musicales sostenidas con ejercicios involuntarios
similares a los de las canciones de cuna.
Cuatro siglos mal contados han
pasado y aun no sólo sobreviven los cantos sino que se escurren, se traslada a
municipios del occidente del país con todo y rituales. Las interpretaciones son
básicamente cuatro: el arrullo, el currulao, el chigualo y el
alabao.
El arrullo es un rito religioso a los santos
dirigido por mujeres que preparan las imágenes de los santos venerados, así como
las velas y los altares, e interpretan cantos al son de tambores (Velo qué
bonito lo vienen bajando, con ramos de flores lo van adorando/, Río ri río ra/
San Antonio ya se va).
El currulao es un evento festivo en el que los
hombres tocan marimba e interpretan cantos libertinos, mientras el resto hace lo
que debe: bailan, comen, beben y cuentan relatos.
El chigualo es un velatorio también festivo
celebrado a raíz de la muerte de un niño pequeño, un alma pura que va sin líos
al cielo (toquecitos en la puerta/ silbidos en la ventana/ a levántate mamita
que tu hijito es que te llama).
Y el alabao, que es un velatorio gris y triste de
una persona adulta en el que se entonan cantos desgarrados (‘en el nombre de
María Santísima Trinidad/ apaguen que esta alma se va’).
El Nuevo Mundo,
520 años después de su encuentro accidental, aún sigue dando a conocer primicias
y unas señoras homenajeadas por el Festival de Música del Pacífico Petronio
Álvarez dan eco a una declaratoria que denominó que lo que dicen, hacen, temen y
adoran ellas desde siempre es parte de la sabiduría que la humanidad ha
construido. Apenas ahora viene a dar la cara a otros.
Informes: María Helena Quiñónez, secretaria de
Cultura y Turismo de Cali.
Luis Alberto Sevillano, productor general del
Festival.
Prensa – Jorge Gutiérrez Leyva – 315 778 4953 o 558
0562.
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